Y llegó la primavera…

…a mi jardín vertical.

Esta es la historia de un sueño hecho realidad, contra viento y marea, como casi todo lo que se sale de lo habitual en el mundo de la autopromoción de viviendas. Y es que leer artículos de arquitectura bioclimática en los que se habla de las virtudes de un jardín vertical es una cosa, y proponerse hacer uno en una ciudad como Cartagena es otra.

Capítulo 1. El comienzo de la búsqueda.

Como arquitecta y autopromotora de mi vivienda, me negué a aceptar el hecho de que nadie parecía saber de lo que estaba hablando cuando decía que quería poner un jardín vertical en mi casa. Con la dificultad añadida de que se trataba de una pared de tres pisos de altura y había que tener en cuenta unas previsiones muy específicas.

Fue fundamental tener clara esta decisión y seguir adelante con ella. Y en este sentido tengo claro que sin la facilidad que da Internet para contactar con empresas de toda España habría sido imposible. Así pues, investigando la forma de colocar un sistema que fuera sencillo me encontré con las posibilidades que me ofrecía la empresa Vertiflor. Me dieron todas las facilidades: un estudio de mi caso particular, varias opciones de colocación, un presupuesto personalizado y ajustado…

Una vez tuve clara la mejor opción solo fue cuestión de tener en cuenta cómo colocar las instalaciones de fontanería, evacuación de agua y electricidad, ya que el riego programado del jardín era imprescindible debido a la altura del mismo, inaccesible en el día a día.

Capítulo 2. El diseño.

Ya resueltas las dudas sobre cómo realizar la instalación de la manera más fácil, me vi embarcada en otra misión que tampoco parecía que iba a resolverse rápidamente: seleccionar las especies de plantas que podía colocar para formar el jardín.

En un segundo intento por solucionar el tema en mi entorno más cercano visité varios viveros y no hubo manera de encontrar lo que buscaba. Tengo que sacar la conclusión de que no hay mucha gente interesada en los jardines verticales por estos lares, porque si así fuera seguro que los profesionales de la jardinería ampliarían su oferta para cubrir este vacío.

De nuevo, pues, tuve que recurrir a una empresa de otra provincia que me aconsejó sobre las especies más adecuadas y de esta manera pude diseñar el jardín vertical atendiendo a los condicionantes de sol y sombra, posición de las plantas y resistencia a las plagas, buscando combinarlas de forma que además me resultara estéticamente agradable.

Anna, de Aldrufeu Associats, me preparó el pedido y en menos de un día lo tuve en la obra. Trescientos treinta plantines listos para colocar.

Capítulo 3. La aventura final

Y ahí me encontré, subida al andamio que tenía colocado el constructor en el patio para hacer el revestimiento de las fachadas, instalando los tubos para el riego por goteo y colocando las bolsitas de fieltro en las que después plantaría todo, rellenándolas antes con el sustrato conseguido también haciendo llamadas, hasta encontrar un vivero en el que me vendieran los ingredientes para la mezcla, turba negra y fibra de coco.

Es en este punto, cuando te recorres el andamio subiendo y bajando material y colocas las plantas, en el que te das cuenta de que nunca lo hubieras conseguido si no te lo hubieras propuesto con toda la voluntad posible, la misma voluntad que te ha llevado a meterte a jardinera en las alturas. Es entonces cuando piensas que tampoco era tan difícil, pero que desde luego sí debería ser más fácil realizar algo que va a mejorar tanto la imagen del espacio, como el medio ambiente, porque no deja de ser una nueva zona verde a la que acudirán insectos y pájaros, colocada en lo que antes era simplemente una pared blanca.

Y, por descontando, ha sido una aventura, pero una aventura que repetiría sin dudar. Porque además de conseguir dar un paso más para integrar elementos naturales en la arquitectura y avanzar en el camino ecológico que quisiera seguir recorriendo, he conseguido ya que este jardín empiece a crecer hasta ver aparecer la primera flor en él.